El gato y el mosco

El gato y el mosco

  • No ficción
  • 2 capítulos

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Descripción

El gato y el mosco Amanecía, y en la casa se empezaban a oír los cotidianos sonidos de las mañanas, ollas poniéndose al fuego, duchas de agua abriéndose, cortinas siendo recorridas y las mascotas diciendo en su idioma buenos días. De la costumbre del trabajo, se me ha quedado como rutina levantarme a las 6:00 AM; pero este día, estoy lejos de hacer eso posible, mi cabeza me pesa, y aunque a mis 29 años suene improbable, parece que estuviera en mi segunda pubertad, mi voz suena más ronca de lo normal; al parecer salir la noche anterior, paso factura con un resfriado, acompañado de fiebre, y de su inseparable amiga la infame tos; las cobijas pesan como si fueran láminas de metal; aunque debo admitir un cálido metal. Desde el comedor escucho como pronuncian mi nombre invitándome a desayunar, me levanto como si la gravedad hubiera decidido poner a prueba mi musculatura, cada parte de mi cuerpo me duele, y me hace pensar que talvez mientras dormía alguien se divirtió golpeándome como a un saco de box. Lento y tomándome mi tiempo llego al comedor, declinó la invitación, a duras penas puedo pasar agua, y aunque el desayuno continental que tenía delante de mí se veía muy bien, mi garganta me decía que este día no sería buena idea. Agradecí los alimentos, y avance a la sala, a recostarme en uno de los sofás, que era bañado por los rayos del sol; mi madre me brindo un jarabe y una pastilla; espero que me haga efecto rápido; de pronto, entre las patas de la mesa, escucho como si alguien estuviera intentando esconderse, agudizo mi vista, entrecerrando los ojos como intentado ver más allá e lo evidente; al fin puedo reconocer la silueta elegante, de 2 tonos de café, las pata largas, los largos bigotes y una cola moviéndose de un lado a otro como diciendo aquí estoy y aquí voy; de un salto, aparece Diego, mi gato siamés; aún recuerdo cuando llego a nuestra casa, rescatado por mi mama; mi familia era de esas que si pudiera rescatara a cada uno de los animales que se les pone en frente; de los que van por la calle hablando con los perritos, de los que aman y respetan la vida, y la libertad de cada ser. Bueno, Diego es el típico gato de casa, acostumbrado a tener la comida lista con solo un maullido y a dormir en donde le viniera en gana; odio admitir que a veces siento que le quieren más a el que a mí; aunque como no hacerlo si es una caja de ronroneos y juegos capaz de cambiar el día más triste, siempre y cuando a él le dé gana de hacerlo obviamente. Mi padre tiene una especial admiración por diego, y sin duda es el que más se preocupa por que este todo listo para el gato; aún recuerdo que en un inicio no lo veía con buenos ojos, pero todo en esta vida cambia. Caminaba diego por sobre los sillones y sofás de la sala, cualquiera que lo viera pensara que era una forma de recordarnos a todos que esos sillones eran suyos y solo nos los prestaba por un momento; caminaba en silencio, saltando de un lugar a otro con el menor esfuerzo posible. Llego al sofá que estaba junto la ventana y al que le pegaban más los rayos de sol, de un solo movimiento diego se tumbó de lado, dejando su gran barriga en dirección a la ventana; al parecer este día tenía planeado dormir en ese sitio. Pasaron unos minutos, mientras mi familia terminaba de desayunar y recoger los platos, cuando en el cielo escuche un zumbido como un pequeño motor volando sobre mí; un mosco había también despertado y salía a buscar algo que comer; volaba por toda la sala, y en un momento se posó cerca de diego; este no le tomo mucha importancia y seguía mirando hacia afuera viendo con curiosidad a los perros jugar en el patio; estoy seguro que no tenía envidia de ellos, ni mucho menos quería unírseles en el juego. El mosco empezó de nuevo a volar, esta vez intento posarse sobre mi cabeza, lo eche de un manotazo, iba de aquí para allá, posándose en la televisión, sobre la mesa de centro, en la lámpara colgada, lo vi sobre la carriola de mi pequeño sobrino, y en las sillas del comedor, se paró en la ventana y ahí se quedó por un momento. Luego de un rato sin moverse se lanzó sobre una de las orejas del gato, lo que hizo que el gato se despertara como un resorte que acababa de ser liberado de su enclaustro; se levantó y me regreso a ver, como preguntando que le había hecho, luego de verme completamente de pies a cabeza sintió que no era obra mía, y paso a buscar por la sala, hasta que encontró a la mosca de nuevo posada en la ventana; esta vez algo había cambiado, sus orejas estaban hacia atrás, y su cola se movía como una serpiente cascabel atrapada en una trampa; me sentí como si estuviera en la sabana viendo a un león a punto de cazar. De un salto se lanzó a la ventana con las manos estiradas y las garras amenazando con destrozar lo que sea que se quede en ellas; el salto fue de más o menos 1,5 metros, y pude apreciar el metro de longitud de diego, desde su oscura nariz hasta su oscura cola. Sus garras chocaron contra el vidrio al tiempo que el mosco salía disparado hacia el techo hasta posarse en el foco de la sala. Diego cayó con las manos juntas como si hubiera atrapado algo, cuando estuvo en el suelo; mire como abría las manos y su mirada de intriga cambiaba a decepción. Luego de lamerse un poco el costado, como quien ha sufrido una vergüenza y trata de hacer el loco haciendo otra cosa, volvió a subir al sofá donde estaba recostado, paso la mirada por la sala, pero no logro encontrar al mosco, poso su mirada sobre mí, y por un momento juraría que sin palabras me preguntaba donde estaba su presa, fue extraño ya que levanto y bajo su cabeza en un movimiento; como el que hacemos las personas cuando preguntamos por algo sin mencionar palabras. Al notar que no había respuesta, se volvió a echar, aunque esta vez empezó a tomar un baño. Pasaron de nuevo unos pocos minutos, cuando el mosco, no sé si atraído por el olor de la saliva del gato, o en verdad estaba divirtiéndose molestándolo, volvió a posarse sobre la misa oreja, que hizo con anterioridad; esta vez ya no lo había encontrado dormido, y el gato se regresó en un solo movimiento con las garras afuera y los dedos extendidos, sus manos parecían más grandes de lo normal; y surcaban el cielo como un matamoscas con pelos y suaves almohadillas; esta vez el golpe fue certero; el mosco salió disparado hacia el piso muy cerca de mis pies, el gato se lanzó sobre él; para mirar más de cerca su presa; yo hice lo mismo, y pude notar como una de las alas del mosco estaban doblas; ya nunca más volvería a volar. Diego lo miraba como un niño que tiene un juguete nuevo, con la mano suavemente le daba la vuelta y se lanzaba sobre cuando el mosco intentaba volar, claro está digo intentaba porque solo daba saltos altos y volvía a caer una y otra vez; el gato estaba visiblemente emocionado, la tomo en su boca y la llevo al pasillo, solo escuche un crujido; el gato regreso, y empezó a lamerse las patas; parecía la escena de la película el padrino, cuando Marlon Brando, saboreaba la noticia de la cabeza del caballo en la cama del senador. Notaba en el gato el orgullo, de un cazador; de un arma que aun podía disparar; volvió a su lugar del comienzo, esta vez, se durmió profundamente. Feliz por su cacería, tranquilo por librar al hogar de la molestia de un mosco.

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