Descripción
“Bueno, al final no se ve tan mal.”
Antes de que él y su esposa pudieran vislumbrar el hotel, en su viejo y despintado Impala, Aurelio se encontraba desanimado: se esperaba un edificio horripilante, feo y ruinoso, propio más de una película de terror de Tim Burton que otra cosa. Sin embargo, ahora que lo podía admirar de más de cerca, su escepticismo fue menguando lentamente a una tibia esperanza.
Estaban ahí para tratar de pasar lo mejor que pudieran su luna de miel. Una luna de miel que, para su desgracia, nunca habían tenido por falta de dinero. El problema era que la empresa en la había trabajado entró en banca rota, y con ella, Aurelio. Desde entonces no había conseguido trabajo y las deudas se acumulaban una tras otra. Para empeorar las cosas, el negocio de su mujer iba de mal a peor.
Pero cuando ya no veía ninguna salida, un tío de él, el clásico tío que casi nadie conoce, murió. El asunto no habría pasado a más sino fuera porque, por motivos que nadie conoce, el muy viejo verde había decidido hacerlo heredero de un hotel del que nadie había oído hablar.
El lugar en cuestión se encontraba tan lejos como lo más hondo del infierno, arriba de la montaña más grande que había visto en su vida y muy lejos de cualquier pueblo o ciudad cercana. Su esposa se había emocionado tanto, que, sin conocerlo aún siquiera, hablaba del sitio como si fuera la octava maravilla del mundo moderno. Una y otra vez había insistido que el lugar sería muy romántico, los paisajes espectaculares y el recuerdo de la experiencia les duraría toda la eternidad.
“Debería ser vendedora de infomerciales en lugar de florista”, pensó, ya cansado.
Lo que después descubrió Aurelio era que tanta razón tenía su mujer: esa experiencia, sin duda alguna, era al única real que había tenido por mucho tiempo… de cierta manera, la había vivido toda una eternidad.
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