Descripción
Cargar con un oscuro pasado trae consecuencias, en algunos casos vergüenza. Quise ocultar el sol con un dedo e ignoré todos los consejos que me dieron las personas que me aprecian y perdí lo que más he amado en mi vida, perdí a mi salvación. No hay nada oculto entre el cielo y la tierra… palabras sabias de la jerga urbana.
La vida a golpes me ha dejado claro que no puedes levantar vigas solidas si lo haces en cimientos quebrados. Por eso debes aprender a caminar aceptando tus errores. Siento tanta vergüenza por mi pasado, que preferí ocultarlo y cuando ya no pude más, estaba envuelta en una red de mentiras que me ahogó por completo. Opté por el camino fácil y terminé dañando al hombre que adoro con el alma, avergoncé a mis padres y no tuve valor para mirar la decepción que debí causarle a mi hermana María Joaquina, lo que tanto temía salió a luz, ahora soy la escoria de la familia L’Charme Novoa…
—Por fin dejaré de hacer el ridículo —fueron las palabras de José Eduardo en la sala de juntas del bufete de Carlos, miré a mi prima Socorro del Carmen, que ha sido de las pocas personas que no me han dado la espalda—. Todo fue liquidado con lo que, por desgracia, le corresponde a ella —el corazón se me arrugó por completo “aguanta” —. ¿Beatriz? —miró a su abogada—. ¿Dónde debo firmar? —le indicaron. Por unos minutos nos miramos, había tanto dolor y rabia en esos bellos ojos negros, aferré mi vientre, miró el papel y firmó—. Por fin se acabó la farsa —se levantó y salió.
—Solo debes firmar —la voz de Beatriz fue condescendiente.
—Mi cliente no quiere nada de él, solo la casa donde vivían. Más bien dile que firme estos, donde Patricia de las Mercedes L’Charme Novoa se divorcia renunciando al resto de los bienes que por ley le corresponden —tomé la carpeta que le ofrecía Socorro a Beatriz y firmé. En ese instante ingresó mi ex con Carlos.
—¿Ya estoy divorciado de ti? —no dije nada, si hablo me derrumbo.
—Ella renunció a lo que le corresponde por ley… salvo la casa donde viven —le dijo Beatriz, no pude identificar su mirada, vio los papeles y firmó… mil puñaladas más volvieron a perforar mi pecho.
—Que seas muy feliz José Eduardo —pude decir. Más de cuatro años de matrimonio no fueron suficiente, para que creyera en mí.
—Claro que lo seré, ya me separé de ti.
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