Descripción
Cuando entró aquella Venus magnífica, mi lóbrego despacho se redujo a su mínima expresión. Precavido, me agarré a la estantería de la pared del fondo para no ser succionado por sus inconcebibles labios carnosos. Fue desde allí donde le hice una señal para que se sentase en la única silla disponible. Al hacerlo, giró impunemente su trasero con grave riesgo para mi nariz, parapetada, como el resto del cuerpo, al otro lado del escritorio.
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