Descripción
Durante el primer día, la calle al otro lado del cordón policial se había llenado de vecinos curiosos. Todo el barrio residencial de Bridgeport había desaparecido sin dejar rastro, y también la gente que allí vivía. Había sido arrancado de cuajo hasta los cimientos. Incluso la enorme piscina de la señora Grace. Era como si hubiesen tirado sin ningún cuidado de una tirita gigantesca llevándoselo todo a su paso. Casas, aceras, árboles... Hasta el asfalto de la carretera. En su lugar, una grieta enorme zigzagueaba a ambos lados de la calle. Tenía el aspecto de una gran cicatriz oscura, contrastando la tierra revuelta que estaba ahora por todo el lugar. La gente pasaba, como por casualidad, y se detenía a contemplar la brecha. Era esa clase de curiosidad macabra que te obliga a aminorar la marcha cuándo te encuentras con un accidente de tráfico en la carretera. Esa clase de curiosidad que te obliga a no apartar la mirada. A querer saber. A satisfacer a ese pequeño y morboso ser que todos llevamos en nuestro interior. Ése horror fascinante que padecemos cuándo leemos en el periódico que un hombre murió destrozado por la hélice de un helicóptero. Durante aquel largo día la policía se dedicó a hacer preguntas al resto de vecinos. Nadie había oído o notado nada extraño durante la noche. Eso era lo realmente extraño.
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