Descripción
Entramos en el bote nosotros cuatro y los dos hombres que quedaron. Al menos, sabíamos ya quiénes nos guiaban. Acomodados en la nave, la pequeña barcaza comenzó a desplazarse gracias a las maniobras de su navegante, un corpulento hombre sin camiseta, que sumergiendo contra el lecho un delgado madero, tomaba impulso con él, lo levantaba con un movimiento ágil de las manos, volviéndolo a introducir al agua, haciendo de esa manera, que avanzáramos. Mereció ser inmortalizado con la cámara, la destreza surgida de la práctica, la experiencia del gran maestro.
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