Descripción
Horas, tal vez días, más tarde, se le ocurrió que aquel ascensor eran unas fauces diabólicas. Unas que ni tragan ni escupen la comida, solo la mastican, desmenuzándola hasta su mínimo denominador. El hambre, la sed, el miedo, el vivir con sus propias heces en un rincón, y tratando de atinar a cuclillas su orina sobre los resquicios de las puertas a ras del suelo, en dirección al hueco del ascensor. Con todo aquello, Gloria ya no se sentía una persona, ni siquiera un animal. Se sentía carne triturada por las dentelladas desinteresadas de las Fauces.
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