Los escritores nos preocupamos mucho por nuestras criaturas, es decir, por los personajes que poblarán y protagonizarán nuestras novelas, cuentos o poemas. Y es que son el alma de las historias. Muchas veces nos estancamos al ver que nuestras creaciones no acaban de brillar o no acaban de ser tan redondas como esperaríamos en un principio. ¿Cómo mejorarlos? ¿Cómo detectar lo que falla? Una manera de conseguirlo consiste en tener en cuenta que…
Los personajes son cebollas
Hemos hablado sobre varios métodos para crear personajes como la ficha de personaje. Los más avispados quizá ya habéis visto uno de sus déficits: creamos un personaje con todos los matices pero, con un conjunto de preguntas tan dedicadas a la definición, que dejan poco margen para darles complejidad o definir del todo sus matices e incoherencias internas. Y es que somos seres contradictorios que podemos mostrarnos e incluso pensar de maneras diferentes según el contexto o la persona con la que estemos.
Por todo ello, nos gusta mucho una idea que comparte Héctor García Quintana en Cómo se escribe una novela. El autor propone que definamos, de cada personaje, sus siguientes realidades: (nosotros invitamos que lo hagamos a partir de lo escrito en la ficha del personaje): expliquemos cómo aparentan ser, cómo los vemos los demás y cómo son en realidad. De esta manera, tendremos mucho más claro cómo interactuarán en cualquier situación o cómo presentar y justificar sus contradicciones dentro de la historia.
Ya sea a partir de los parámetros que presenta García Quintana u otros que podamos definir según nuestro criterio, proyectar los personajes en los diferentes planos y contextos de su realidad nos ayudará a complementarlos, mejorarlos y elevarlos a la categoría de personajes míticos.
Los personajes forman parte de un ecosistema
Es obvio. Nunca construimos personajes aislados del mundo (salvo raras excepciones). Todos forman parte de un mundo en el que interactúan y, muchas veces, es complicado ver si todos se asemejan demasiado o si todos son tan diferentes que es imposible imaginarlos juntos en cualquier situación.
Por ello, es bueno pensar en crear un cierto contraste y establecer ciertas simbiosis entre ellos, tal y como sucede en un ecosistema. Y es que, en él, existen un conjunto de condiciones (diégesis) y de animales y plantas con una función muy clara dentro del ecosistema (que muchas veces es complementaria o entra en conflicto con la de otro elemento). Por ello, es bueno ver qué papel o rol desempeña cada uno de ellos, con quién congenia y con quién entra en contradicción… para ver si nuestra novela está equilibrada.
Las palabras de John Truby en su libro Anatomía del guión (manual que, a pesar de ser de guion, es imprescindible para cualquier novelista), nos lo dejan bien claro: “el paso más importante para crear a nuestro protagonista, al igual que al resto de personajes, es conectar y comparar cada uno de ellos con los otros”. Poco más a añadir en este punto.
Los personajes tienen vida
Dice David Lodge en El arte de la ficción: “los novelistas modernos suelen preferir dejar que las características de un personaje aparezcan progresivamente alternándolos con acciones y palabras o encarnándolos en ellas”. Éste es uno de los sabios consejos que encontraréis en el capítulo “cómo presentar a un personaje”.
Y es que la descripción física y de carácter detallada choca con las capacidades interpretativas de un lector. El lector actual ha leído mucho y busca la sorpresa y, por grandes descriptores que seamos, hay que encontrar la medida perfecta entre sobreexplicar y ofrecer poca información.
Por ello, una manera de perfeccionar un personaje consiste en poner sus características en acciones. Si es alto, pensemos una situación en la que esto se evidencie. Si es obstinado, proyectémoslo en un reto que será incapaz de abandonar hasta que lo supere.
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