Descripción
Érase una vez una tierra subordinada a uno de los hijos favoritos de los dioses. Una tierra de guerra y paz, de lunas en auge y muerte, y de llamas desatadas que dejaban un sendero de ceniza.
Érase un rey de penumbra y bruma en un bloque de piedra tallado. El señor de la noche más oscura, sin luna ni estrellas.
Érase una joven ingenua que decía saber moverse en la oscuridad. La hija de la luna y las llamas, y de los amaneceres incipientes y prometedores de azul cobalto.
Érase una vez un nido de víboras siseando alrededor de un pequeño cardo que trataba de florecer entre las sombras y la niebla.
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