Descripción
Arriba está el cielo, abajo está el infierno, y en medio de esos dos está un largo tránsito, una enorme que conecta a uno con el otro, la puerta de entrada del paraíso y el portal al reino de las tinieblas: El Purgatorio. Hace siglos, el cielo y el infierno libraron una guerra a gran escala. Los ángeles caídos y los demonios buscaron destronar al Rey de los Cielos de la forma más agresiva posible, buscando emplear a la humanidad para tal fin. Los ángeles, queriendo no perder la ventaja, también influyeron sobre los seres humanos, de forma más sutil, buscando de esa manera hacer que lucharan en contra de las huestes del infierno. Sin embargo, aquello causó una matanza para los seres humanos, cuyas almas llegaron en tropel hasta el Reino de las Almas, coronado por la Torre del Purgatorio. Fue entonces cuando el Purgatorio alzó la voz y ordenó parar la guerra.
Nunca se supo exactamente qué se dijo que hizo que la guerra acabase, pero lo cierto es que tanto demonios como ángeles se vieron en el compromiso de ayudar a reconstruir el mundo que habían contribuido a destruir. También se vieron obligados a firmar un acuerdo de paz, en el cual el Cielo y el Infierno se comprometían a no buscar influir de nuevo en la humanidad en su propio beneficio, permitiendo intervenir solamente si veían necesario hacerlo, pero sin que esto llegase a causar un conflicto de intereses que pueda arrastrar a la humanidad a otra guerra. Para mantener el cumplimiento del acuerdo, se debieron de entregar dos mil almas. Mil almas celestiales y mil almas demoníacas, siendo éste un tributo que deberían entregar cada siglo.
De las almas celestiales nacerían los Jueces, los que se encargarán que los seres de los dos reinos cumplen el tratado de paz y se asegurarán de que no estén infringiendo sus condiciones; de las almas demoníacas nacerían los Verdugos, aquellos que reclamarán la vida de los que hayan sido encontrados culpables. Ambos tendrían que trabajar en parejas, llevando a cabo su trabajo en conjunto, vigilantes y celosos de que ni las fuerzas del cielo o el infierno arrastren a la humanidad a otra guerra.
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