Descripción
Y Yeialel se agitó en sueños una vez más.
Se agitó en sueños y, por primera vez en mucho tiempo, cuando despertó no consiguió recordar lo que había soñado. No lo recordaba, pero sabía a ciencia cierta que aquellos sueños guardaban relación con los que lo habían asaltado durante esos casi cien años. Eran sueños oscuros, impregnados de traición, que se deslizaban dejando un rastro de fría inquietud e incertidumbre en su corazón. Una sensación de pérdida lo arañó en lo más profundo, y ése frío, que no cesaba, se hizo aún más intenso en su interior; cortante, como esquirlas de hielo. Tenía el regusto metálico y amargo de la sangre y las lágrimas en la boca. La sangre de sus hermanos, y sus propias lágrimas, puesto que por ellos había llorado. El regusto de la muerte, que sabe a cenizas, y que los seguía como una sombra a la que es difícil ver, pero de la que aún es más difícil esconderse. Y quería ir más allá, pero no podía. No se le permitía ver lo que ocultaban aquellos sueños recurrentes, y aborreció todas aquellas veces que había deseado no saber; no soñar; desconocer por completo lo que les deparaba el futuro… Y ése miedo que se colaba en su interior cada noche, desde hacía semanas, estaba allí de nuevo. Y se había hecho mucho más fuerte. Había arraigado en sus entrañas, creciendo como una oscura enredadera. Y como cada noche, se sintió impotente y desesperado.
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