Descripción
Seis segundos para el que teme.
Seis siglos para el que ansía.
Seis años para el que quedó anclado.
Seis años pasaban únicamente en seis años para aquel que no temía al tiempo. Y eso, el hijo de la ira lo sabía muy bien. Oculto en su seno, plasmado en su mirada, ardía la abrumante llama del odio carnal, de la venganza no consumada, del indomable dolor.
La furia de los miserables. De aquellos que perdieron lo que no tenían.
Sin embargo, ¿hasta dónde pueden llegar las llamas que el tiempo no extingue? ¿Hasta cuándo los recuerdos dejan de valer como combustible para la ira?
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