El jilguero y la rosa

El jilguero y la rosa

  • Relatos cortos
  • 2 capítulos

¿Te gusta la obra? ¡Anímale a publicar con tus aplausos!

Lecturas 141
Guardado en favoritos 0
Comentarios 0

Descripción

Hoy veía como en el patio de mi casa, exactamente en la esquina más lejana de la casa, un pequeño jilguero café, como todos los demás jilgueros, alegre y vivaz cantaba y bailaba junto a un capullo rosa que había en el jardín. Como todos saben los jilgueros son cantantes natos, desde que nacen son capaces de calmar cualquier pena o ira con su voz, siempre y cuando uno se siente a escucharlos, lo veía apasionado, parecía hipnotizado por el pequeño capullo, iba de aquí para allá, volaba sobre él, cantaba en su dirección, uno que otro rato abría sus alas para que el capullo lo vea por completo. Era divertido contemplar aquel pequeño ser vivo, disfrutar de la compañía de otro ser vivo, ambos completamente distintos, y sin embargo similares. ¿Similares?, si, SIMILARES; ambos son libres, ambos viven a su manera, ambos son 1 en entre otros varios de su especie, y sin embargos son únicos en este momento y en este lugar, el jilguero apasionado, enamorado de la naturaleza y echo para soportar los fríos más intensos y las alturas más elevadas; el capullo por otro lado, guarda su hermosura, cuida su presencia, es tranquilo y curioso, metódico y paciente, solo se abre cuando está seguro de hacerlo. Al medio día el calor era insoportable, lo sé porque tengo una condición predispuesta a percibir los aumentos de temperatura, unos le dicen sensibilidad térmica, pero yo lo atribuyo a mi sobrepeso. En esto pase de nuevo por el ventanal que daba al patio que miraba en la mañana; el capullo estaba solitaria bajo el inclemente sol, a lo lejos y cerca del charco de agua que se formaba junto a una llave mal cerrada seguramente divise al jilguero, aunque no estaba seguro si se trataba del mismo de la mañana, note que la pequeña ave también sufría la inclemencia del clima, y se refrescaba sacudiendo sus pequeñas alas dentro del charco de agua; estaba mirándolo, cuando sucedió algo que no esperaba, ni hubiera imaginado en mis más locos pensamientos; el ave aun empapada en agua dio un salto en el aire, intentando volar, al principio no lo consiguió, pero salto tras salto logro hacerse al aire. Voló sobre el capullo, y sacudió su cuerpo para dejar caer el refrescante líquido sobre los verdes pétalos que protegían el delicado tesoro del interior, una y otra vez hizo esto, a veces veía que ya no soportaba con el peso del agua, pero no se desanimaba, descansaba un poco y seguía con su tarea, no se desanimaba ni por un segundo. Pasaron un par de días tal vez fueron mas no lo sé, mi memoria no es la misma que solía ser, ese día amanecía fresco el sol brillaba detrás de una nube que iluminaba el día, pero retenía los rayos del astro rey; me puse mis pantuflas, ya debería de cambiarlas, pero aún son muy cómodas, camine con dirección a la cocina, para prepararme el desayuno y pase por el ventanal que daba al jardín; no puse atención, pero al pasar oí un ave cantar más alto de lo normal, el pequeño jilguero estaba encrespado, agudice la vista, y divise una oruga que poco a poco cortaba el tallo del pequeño capullo, el pobre jilguero no podía hacer nada, ya que el rosal impedía su acceso, gritaba por ayuda y nadie respondía, me propuse a bajar y lo hice lo más pronto que pude, al llegar no escuche ningún trino, ningún cantar, mire la rosa y estaba intacta, más abajo entre las espinas del rosal mire como el jilguero en un ataque de valentía y amor, soportando los cortes, pinchazos y arañazos se había introducido al rosal y había atacado a la oruga, que ahora permanecía inmóvil y cortada por la mitad junto al tallo del pequeño capullo; el jilguero no se podía mover, estaba atrapado, con dificultad lo saque de su encierro, lo revise, tenía muchos cortes, pero tuvo la fuerza para picarme las manos hasta que lo soltara, mire feliz como el jilguero voló por el cielo y se posó en la barda cerca del rosal. Yo regrese a mi trajinar. Pasaron otros pocos días, caminaba por las calles y mientras el calor amenguaba en el pueblo, las flores empezaban a florecer, el ambiente era mágico, muchos olores dulces, reconocía la fragancia de los claveles, la de los jazmines, me aturdían los olores de las gardenias, veía los delicados dientes de león florecer, y las manzanillas mostraban sus pequeñas flores una tras de otra; pude divisar margaritas jugando en el viento, y tulipanes tomando el sol en el campo. Regrese a mi casa con el afán de mirar el rosal, el capullo aún estaba cerrado, el jilguero no se veía por ningún lado, ni en el charco ni en la barda. Los demás capullos ya habían abierto, y el capullo aun no tenía la intención de hacerlo, pensé que tal vez el daño del tallo afecto al crecimiento del capullo, incluso pensé que nunca abriría, estire mi mano para cortarlo, cuando de la nada y sin saber de dónde sentí un picotazo en mi oreja, era el pequeño jilguero, se me lanzo una y otra vez protegiendo su pequeño tesoro, por un momento quise hacer caso omiso y cortar el capullo, el jilguero se posó en una de las ramas de rosal entre mi mano y el capullo, sus pequeñas patitas dejaron caer una gota de sangre, una de las espinas lo había lastimado, pero no le importaba seguía en tono amenazante, abriendo sus alas y gritándome qué tipo de cosas en su bonito idioma. Desistí de mi idea y los deje solos, en la tarde mientras tomaba un café y terminaba de leer uno de mis libros de José Sarango, mire como el jilguero posado frente al capullo se encogía con el frio mientras temblaba, lo escuche cantar solitario cuando los demás jilgueros dormían, cuando las lechuzas cantaban, cuando la luna salía, y las estrellas brillaban, cantaba lento como si fuera una canción de cuna, cantaba con preocupación, cantaba con decisión. En un cierto momento a la hora en la que las luces del pueblo se empiezan a apagar, vi asombrado como bajo la luz de la luna el jilguero daba pequeños golpecitos con una de sus alas al capullo, estaba desesperado, y pueda que mi vista me engañe, pero juraría que vi caer un par de gotas de sus pequeños ojos cafés. Luego de unos cortos segundo dejo de hacer esto, y cuando se dio la vuelta, el capullo se empezó a mover muy lentamente, muy despacio, giraba sobre sí mismo, y sin esperarlo dejó caer una de sus pétalos verdes, se podía mirar adentro un poco del color de sus hojas, se movió un poco más y cayo la segunda hoja verde, el proceso se repitió 3 veces más, al final a la luz de la luna se veía una hermosa rosa color AZUL, azul como el cielo, azul como el mar, azul como una llama a 1200 °C. El jilguero no se movía, y yo menos aún, él la veía desde cerca, y yo los veía desde lejos; la rosa se volvió y abrió todos sus pétalos de frente al jilguero, quien al ver tanta belleza comenzó a cantar muy fuerte, me transmitía su felicidad, el jilguero daba brincos de aquí a allá, volaba a los árboles y cantaba con más entusiasmo, yo estaba extasiado, no podía entender lo que sucedía, pero lo disfrutaba. Al paso de una horas el ruido se calmó, y alboroto seso, desde mi ventana pude ver como el pequeño pajarito, se había acurrucado de tal forma que con una de sus alas cubría a la rosa y dormía tranquilo junto a ella. Ese día entendí dos cosas: 1. No se necesita ser iguales para sentir amor, y 2. No importa las espinas que toques en el camino que eliges, porque siempre habrá algo que tal vez te lastime, pero mientras mayor la recompensa mayor el sacrificio.

¿Te gusta? ¡Díselo al autor!
Publica tu reseña sobre el manuscrito