MI MENSAJE DE NAVIDAD PARA EL MUNDO *(1997)* Yamara Justiniano Zayas

MI MENSAJE DE NAVIDAD PARA EL MUNDO *(1997)* Yamara Justiniano Zayas

  • Relatos cortos
  • 2 capítulos

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Descripción

Mi primera Navidad fue en el año 1980. Aunque nada recuerdo de ella, de lo que sí estoy segura, es que todos en casa se encargaron de colmarme de presentes, ese 25 de diciembre y también el seis de enero. En aquellos tiempos, todo era muy diferente a lo que sucede en la actualidad. No era realmente los regalos lo que importaba, sólo el mero hecho de estar vivos y poder reunirnos era suficiente. El hacer aquellas tertulias, cada Navidad, con nuestros abuelos, en las salas cálidas de sus casas, abrigados por aquellas paredes pintadas con el color de moda, el tan recordado “bone white”, era símbolo de que todavía existía un pedazo de alma humana a pesar de la soledad que debían sentir en su vejez y en el silencio abrumador de sus noches. A pesar de que en mi familia existía una ambivalencia en las tradiciones, el caminar toda la Islita para encontrase con mis seres amados, los cuales veía cuatro o cinco veces al año, era reconfortante. Recuerdo como ahora, cuando las nietas llegábamos y nos reunamos en la cocina para ayudar a esa abuela afanada, mientras el abuelo, los tíos, los primos y mis hermanos, se apartaban del grupo y conversaban sobre la política del país, y otros temas de interés de la época. Pero eso sí, nunca olvido el día de Noche Buena, cuando la abuela terminaba a mano y de madrugada de elaborar el famoso vestido de San Nicolás, que, al día siguiente, mi abuelo se endilgaba para repartir ropa, suplir comida y uno que otro juguete. Las caras de admiración y de agradecimiento era tal, que cada vez que mi abuelo repartía algo, por poco que fuese, los niños del barrio le reciprocaban con una sonrisa a flor de labios. Cada noche, esta tradición era fiel en casa de mis abuelos. En casa, se celebraban los Reyes. Esta tradición consistía en hacer un escogido de las mejores hierbas, sin errar de escoger el coclí. Luego, estas hierbas se colocaban en una caja de zapatos, el día cinco de enero, acompañado por un vaso con agua. El propósito de esta tradición era abastecer a tres moribundos camellos y darles líquido a tres Reyes que sólo tomaban agua, después de una larga jornada de repartir “prendas” en Oriente. En el 1987, mi abuelo dejó de vestirse de Santa. En el 1987, mi abuela dejó de elaborar el vestido, pues en ese mismo año ella murió. A mi abuelo se le destrozó el corazón y comenzó a sumirse en una profunda depresión, y aunque estaba con nosotros, ya no era el mismo, y se quedo sólo con la adversidad del tiempo, hasta que se le desquebrajaron sus fuerzas y se le escapó el espíritu. Fue entonces cuando descubrimos que había muerto. Y aunque la familia juró consagrarse y mantener las tradiciones, sucedió todo lo opuesto. Hoy, apenas nos vemos una vez al año. Y cada vez que lo hacemos, nos encontramos más viejos. Cada Navidad que pasa es más fría, ya nadie en casa se acuerda de cómo hacer un arroz con dulce, y a mis sobrinos en Navidad, se les regala cantidades de juguetes que al año siguiente van a parar al crematorio. Le he sugerido que luego de usarlos los donen a alguna entidad, pero ellos sólo se ríen de mí y en vez de escuchar plena, prefieren escuchar ese ensordecedor “Underground”…. Ayer, sólo ayer, le pregunté a un niño enfermo, qué era la Navidad y me contestó de inmediato que era el nacimiento del nino Jesús. Hoy, a sólo un día de diferencia, le pregunté al mismo niño, qué era la Navidad, y él me contestó: –Me llamo José, tengo cáncer y quiero una bicicleta-.

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