Nos encontramos en un entorno de personas a las que nos gusta escribir. Muchos de nosotros lo hacemos por el simple hecho de enfrentarnos a la hoja en blanco y plasmar una historia. Sin dudad, ese placer no nos lo quitará nadie.
Pero muchos queremos publicar y compartir nuestra historia con el mundo y, bueno, nos encontramos con que no es un camino de rosas. Al contrario, muchas veces parece imposible. Si lo habéis intentado, conoceréis lo complicado que es.
Todo ello nos lleva a una reflexión: una de las cualidades más claras que debe tener un escritor es… la paciencia. Sin duda, éste tipo de afirmaciones pueden generar mucha rabia, pero esconden demasiada verdad.
¿Por qué? Pues porque el oficio de la escritura requiere mucha paciencia. ¿Para qué? Pues para crear y terminar una obra, para corregirla, para asumir errores, aceptar críticas, fracasos, para esperar respuestas de editores… Pero, sobre todo, para empezar. Recibiremos muchos noes y, si aprendemos a lidiar con ellos, si realmente nos lo tomamos estoicamente y no desfallecemos, quizá, al final, lo conseguiremos.
Sea cierto o no, veamos algunos ejemplos de escritores pacientes.
El primero es un ejemplo conocido por todos, pero vale la pena recordarlo. J.K. Rowling, autora de la conocida saga Harry Potter, fue rechazada ni más ni menos que por 12 editores diferentes que no supieron ver el potencial de la obra. Pero el director editorial de una recién nacida Bloomsbury Publishing decidió darle una oportunidad: dejó leer el primer capítulo a su hija y quedó asombrado por la positiva reacción de ésta. Sin duda, supo esperar su momento y, lo más importante, no dejó que los noes la marcaran.
Javier Cercas, unos de los referentes de la literatura española actual y del sello Literatura Random House publicó tres libros antes de que la obra que le daría fama, Soldados de Salamina, saliera a la luz. El móvil (1987), El inquilino (1989) y El vientre de la ballena (1997), tuvieron buena acogida, pero no fueron un éxito de ventas. El escritor tuvo la paciencia suficiente de seguir trabajando, mejorando, publicando… hasta encontrar el gran éxito que hizo despegar del todo su novela.
Stephen King, el rey del terror, buscó durante mucho tiempo un editor. De hecho, no consiguió publicar hasta que su cuarta novela, Carrie (1974), llegó a las manos adecuadas. La escribió mientras vivía en un remolque en Hermon, Maine, en la máquina de escribir portátil de su esposa. En el primer año vendió un millón de copias consiguiendo, tiempo después, que sus tres primeras novelas rechazadas se publicaran. King no se rindió, escribió y escribió hasta conseguir su objetivo y, bueno, el resto es historia.
E.L. James también probó suerte en la industria tradicional de la edición. Al no ver resultados, decidió apostar por sí misma y autopublicó 50 sombras de grey. El éxito fue tal que su primera editorial la llamó para, entonces sí, aprovechar el tirón de su obra. Este ejemplo es clarísimo, nos guste o no su literatura: supo coger el toro por los cuernos, apostar por sí misma y espera que el éxito atrajera a lectores y editoriales.
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